“…El sol me despierta entrando por una rendija de mi refugio. Me quedo estirado pensando en mi sueño, qué fácil era la vida entonces y que poco hicimos para evitar el desastre, cada día lo veíamos sentados en nuestras butacas tomando café y pastas y ninguno acabó de creer que esto fuera posible.
La pasividad nos hizo tan culpables como esos monstruos, que destruyeron todo por un odio absurdo y un ego que no les cabía en sus gigantes y estúpidas cabezas. Todo aquello que creían defender quedó hecho cenizas, lo único bueno es que esos seres quedaron sepultados bajo toneladas de bombas, escombros y polvo. Ahora ya no queda nada…
Una ducha, qué bien me sentaría ahora, agua caliente llevándose la mugre que recubre mi cuerpo llevándose todo muy lejos tal y como hacía antes. Pero ahora ya nada funciona, no hay cañerías, no hay desagües, no hay agua recorriendo las ciudades, ni siquiera hay ciudades…”
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