14 septiembre 2017

DIARIO DE UNA BOMBA NUCLEAR (8ª PARTE)

“…Mi corazón bombeaba a toda velocidad, notaba las pulsaciones en las sienes que me provocaban un dolor de cabeza infernal, pero allí seguía quieto, sin hacer movimientos mientras las voces iban subiendo de nivel poco a poco.
¿Qué idioma hablaban? Soy capaz de expresarme en varios idiomas, pero no pude reconocer el suyo. Las voces sonaban cada vez más fuertes. Parecían dos hombres discutiendo. Una voz fuerte y autoritaria parecía reclamar algo a la otra voz nasal y algo aguda que parecía defenderse con nerviosismo. Estaban gritando mientras se acercaban a mi posición.

Antes de que aparecieran esos entes, que para mí no tenían forma, por el rabillo del ojo detecté un ligero y casi imperceptible movimiento. Giré la cabeza asustado y lo que vi, me dejó perplejo. No era el único que estaba escondido escuchando esas voces. En un edificio en la otra acera, llegué a ver una cabeza que se escondía cual lagartija. Mi corazón se paró un momento, no me atrevía ni a respirar. Seguí con la mirada fija en el punto dónde había desaparecido la cabeza, pero no volvió a aparecer y de nuevo, todos los edificios volvían a aparecer vacíos. ¿Habrá sido mi imaginación? Incluso ahora, sigo pensando que mi imaginación me traicionó, aunque sigo con la esperanza y el miedo de que fuera real.

Seguía esperando ver de nuevo esa cabeza cuando las voces se hicieron completamente claras. Instintivamente me encogí, intentando que no se pudiera percibir mi presencia. Allí estaban, los dos hombres discutiendo, curiosamente la voz grave y autoritaria era de un hombre más bien bajo, pero con cara de muy pocos amigos. Su acompañante se movía nervioso, parecía tener miedo de ese hombrecillo, a pesar de sacarle una cabeza. Seguían gritando en esa lengua que no conseguí descifrar.
Los dos hombres iban vestidos con ropas que tuvieron una mejor vida, estaban descoloridas y llenas de roña. El bajito subió el tono, y su pobre compañero empezó a balbucear hasta que el pequeñín sacó algo de su cintura y sin dar tiempo al pobre desgraciado le pegó un tiro en la cabeza que salió despedida hacia atrás dejando al hombre desplomado en el suelo. Casi salto de mi escondite, pero el pánico me ayudó a mantenerme completamente quieto. Ni siquiera quería parpadear para no llamar la atención de nadie. Antes de que el eco del disparo se desvaneciera, el hombre del arma giró en redondo volviendo por dónde había venido…”

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